SENTIMENTOLOGÍA PARA AVANZADXS #3: LA LONGEVIDAD EN LAS ALTURAS
Entrega número tres de nuestra columna literaria por José Daniel Barbero. No te lo pierdas!
La longevidad en las alturas.
En una terraza que he visto nacer y perecer grandes cosas y personas y vuelven a nacer y mueren todos los días a determinada hora, como un castigo dulce y eterno, porque todxs aquellxs que han pisado el lugar sucumben a la gloria de la perpetuidad y está en ellxs quedarse o simplemente no volver a aparecer al día siguiente. Cuando algunx de ellxs no aparece al posterior, me tomo rápido un segundo para mirar hacia arriba y recordar porqué estuvo acá o cómo fue que lx dejé entrar por primera vez, sabiendo que no a cualquiera le dejaría pisar mi pequeño pedazo de cielo en la tierra. Algunx de ellxs me agradece antes de irse y otrxs sólo se van porque nunca aprendieron a enfrentar esas situaciones (y lo entiendo).
Unx riega las plantas y cuántas veces me ha salvado de que no muriera mi suculenta.
Otrx, cada vez que estoy triste y me apoyo en el barandal con las dos manos para respirar aire un rato y cerrar los ojos, me abraza por la espalda.
No hablan, pero alguna vez lo hicieron, cuando estuvieron acá. Pero se mueven y respiran y sienten y hacen cosas características de ellxs mismxs. A veces los diferencio por los gestos o por algún que otro tic en el ojo.
Y hay unx que siempre se sube a lo alto del techo y baila al ritmo del aire y puede estar horas en esa sintonía de Teatro Colón urbano.
Me duele cuando algunx desaparece al día siguiente, porque yo no elijo que eso suceda. Me duele porque al momento que algunx se va, yo sólo sé que falta unx y olvido completamente quién era o qué hacía acá. Y es devastador.
Me han besado
dañado
hecho reír hasta dejar de sentir las comisuras en el rostro
Principios y finales de grandes historias
Me han enseñado cómo andar y defenderme con palabras y con actos que creía lejos de mi poder
A decir te espero en la esquina en francés
Me he cortado el flequillo con un aire y acordes de rock n’ roll
He llorado mirando las flores de la vecina con ciertas noticias
Miles de cigarros y espuma de cerveza galoparon por las venas de noches inolvidables
He imaginado salir volando desde ahí y ver desde allá arriba miles de puntitos moviéndose en un plano, sintiéndome menos de lo que soy pero más grande de lo que podría ser
Han envuelto en metáforas todas mis desgracias para dejarme así, más tranquilo. Sabiendo que mi cruda y violenta conciencia jamás dejaría pasar por alto nada. Sólo para crear en mí un capullo de satisfacción errático.
Deslumbraron las oscuras noches con música y crearon así, un santuario de impenetrable homogeneidad en lo alto: jamás serán negados los gustos ajenos por más ridículos que suenen. Enseñándome así, a través de la música, que alguien merece un juicio justo antes de ser condenado de antemano. El prejuicioso quedó obsoleto en el lenguaje y construcción social de la terraza mediante la música. Un sinfín de géneros han sido bailados, tocados en instrumentos y cantados, y aún así, estos seres, no sé si por compasión o gusto, han concebido la paz bucal y espiritual. Es decir, convivir (y hasta halagarse o agradecer) con su estilo único y su marca de agua permaneciente e imborrable. Pero bueno, la música es sólo una de las metáforas que culminaron con mis prejuicios generacionales, estéticos y totales.
(Poema rescatado de una tarde cualquiera en las alturas)
Veremos caer
la dulce y pecadora saliva
de nuestros demonios paralelos
sobre nuestros cuerpos milenarios
para poder entender que,
nosotros existimos
respiramos
lloramos y
renacemos en la carne ajena
Besándonos, paulatinamente el cuello
y de allí
para abajo,
logrando la majestuosa realización de la salud.
Los ángeles no saben besar
ni enroscar sus cuerpos
en una simbiosis momentánea
para luego morir en una exquisita
ternura efímera.
Oh, pero nosotros sí…
La verdad, creo yo, es mucho más universal y abstracta desde mi entendimiento. No obstante, vale rescatar las posibles realidades que la hacen posible, en este caso, una terraza. Mi terraza.
Y hoy, esta es mi verdad.
Agradecido de cada unx que pisó, habló, lloró, abrazó, razonó, soñó, amó y se dejó querer en ese suelo con ánimos celestiales, porque hicieron posible en mí, un sinfín de historias y emocionales inconmensurables.
Y por lxs que vendrán y se irán y otrxs vendrán, porque podré olvidar sus aspectos, pero jamás las sensaciones y moralejas. Condenadxs a la inmortalidad por pisar un pedazo de cielo en la tierra.
ANEXO SOBRE LA SUBJETIVIDAD Y LA ESPECULACIÓN DE LOS SENTIMIENTOS.
Y entonces ¿esa era la cuestión? ¿tantas noches de desvelo para llegar a esta fatídica y existencialista conclusión?
Por eso se lo conté a Melisa. Es decir, en realidad, se lo conté por una mera sensación de embrionaria locura, como si la poca cordura y lucidez que sentí me pertenecía fuera desvaneciéndose como el aliento exhalado en una noche de invierno. Pero no me mal interpreten, no quiero decir que entrar en un estado de total locura fuese un síntoma de inferioridad o prejuicio de arcaico abuelo, ni mucho menos, porque para mí, es un estado que siempre anhelé y tal vez mis ansias y caprichos por alcanzarla me han cegado totalmente y al mismo tiempo creó ese obstáculo. En fin, no quiero divagar. La aclaración sólo es un estético intento de hacerles entender que, para mí, el estado de cordura es algo que sufro a menudo y por eso cuando veo un mínimo indicio de déficit, aprovecho para preguntarle a Melisa si por fin llegué al límite para saltar de un golpe a la locura. Todo esto lo hablo y/o pregunto a ella porque su locura alcanzó niveles astrales, casi como si por esmero del universo, ella concibiera a las personas y a las cosas como un todo energético y absoluto. Para ella yo no existo, me dice. No por menospreciar mi existencia física, sino que Melisa, ve a todo(s) en tonalidades de colores. Me contó que somos sombras que en su forma se perfilan gamas coloridas de todo tipo, como un arcoiris único e indescriptible que toma la figura que la biología nos impuso con impunidad.
Yo quedé escéptico.
Entonces ella me ve, y a mi forma le suma todo ese misticismo colorido. Entonces existo. ¿por qué me dice que no?
Y he ahí mi terrible conclusión: ¿yo seré mi propio deseo? ¿soy un egoísta intento fallido de la naturaleza que perece con el tiempo y, encima, sin pasiones?
O tal vez sea el inevitable sueño de alguien que anda por ahí, no sé, supongamos en un ómnibus viajando a vaya a saber uno qué destino, y me va creando a su capricho y antojo y entonces esta no es mi boca, es la boca que esa persona me destina y esta nariz y qué hay de mi nuca y estos pensamientos que tal vez ni siquiera sean los que realmente me gustaría a mí pensar. Eso explicaría el insomnio y demás negligencias e imprudencias en toda mi vida, que ya no sé si son veintidos años o sólo un día. Porque realmente todo lo que creí vivido, puede ser tan sólo un día y moriré en el deseo u el olvido de aquel ser que quiere soñarme o pensarme, tal vez por ocio, tal vez por amor.
Entonces lo que Melisa considera una paleta de colores, para mí es un sueño o un pensamiento. (Y ni hablar que me atormenta pensar que puedo ser tan sólo una idea suelta)
Mi existencia ligada a algo intangible e indomable. La existencia misma acariciándome la yugular con preguntas y yo respondiendo con palabras que no sé si me pertenecen. Porque esta no es mi boca. Ni mi lengua.
Despertar con el júbilo y la certeza de que alguien te sigue pensando es una alivio. Pero asumir que por eso mismo ponés la pava cada mañana en la misma hornalla y mirás para arriba cada puesta de sol y te vas a dormir con la insertidumbre de no saber si mañana existirás (me seguirán pensando o soñando) es un hastío.
Y así…
Por: José Daniel Barbero